Estrategia de playa

Alfonso de Sancristóbal/ Executive Coach

Donde nací hay playas generosas que te dan lecciones diarias y en ocasiones, enseñan importantes lecciones de Vida. Ello, claro está, si eres capaz de apreciarlas y aprendes a leer en lo sencillo.

Decía que hay lecciones playeras como el gustito que da comer patatas fritas con las manos mojadas de salitre o lo rápido que pierde su magia, una vez en casa, una concha brillante que parecía perfecta al recogerla de la orilla.

Pero vamos con una de las enseñanzas de Vida.
El profesional del paseo playero sabe que la primera decisión (por obvia que parezca) una vez frente al mar es escoger la dirección. No puede andar en varias direcciones a la vez (con permiso de la física cuántica y sus cursos de acción paralelos) de modo que hace su elección en función de lo que entiende que favorece su objetivo: si prefiere coger buen bronceado por delante o por detrás, si desea un trayecto corto o largo en función para hacer más o menos ejercicio, si el paisaje es más sugerente hacia un lado u otro etc. Sea cual sea su elección sabe que su rumbo responde a un objetivo y obviamente, descarta otros beneficios (como en toda decisión, siempre está aquello a lo que dices SI y aquello a lo que dices NO; con demasiada facilidad tendemos a olvidar esta segunda parte de renuncia).

Pero la enseñanza no es esta. Nuestro paseante pasea (como corresponde) y lo hace de forma decidida, como se hace en el norte. Rápido, profesional, como sólo hace quien tiene el rumbo claro. ¿Cuándo decide volver a su punto de partida? Nunca antes de alcanzar su objetivo. Incluso cuando toma mal la medida y el destino resulta estar más lejos de lo esperado, el paseante no desfallece. Persevera. No se replantea en ningún momento volverse atrás o emprender otro rumbo. Es aquí donde se revela nuestra enseñanza: llega al extremo de la playa, identifica “la roca” y la toca con la punta del pie. Impresionante. Bajo ningún concepto regresará sin este importantísimo ritual de logro, de consumación del objetivo. Si el paseante es varón entre 18 y 40 años, le está permitido tocar la piedra de forma extremadamente discreta, casi imperceptible (para salvaguardar lo que él asocia a su reputación y hombría); a partir de los 40, con el exceso de kilos y escasez de pelo, esta preocupación se esfuma con la brisa y se puede toca la piedra con toda soltura.

Pensando en este ritual durante mi paseo playero de hoy, me pregunto cuántas Compañías miran hoy el mar de oportunidades y diseñan en despachos planes estratégicos cuyo rumbo en la playa sería imposible de seguir. El papel lo aguanta todo pero la orilla te exige definir: derecha o izquierda. Y en esa decisión, te obliga a considerar a qué dices SI y a qué dices NO. Muchas Compañías incluyen en sus planes rumbos Norte-Sur, que permiten tomar convenientemente el sol por delante y por detrás o ver los 360 grados del paisaje durante todo el trayecto.
Además, a diferencia de nuestro paseante, es frecuente ver como una Compañía “se cansa” a mitad del paseo (habitualmente cuando no llegan resultados inmediatos) y en lugar de confiar en el objetivo marcado, entra una espiral de cambio continuo de dirección que por pura lógica impide llegar lejos o alcanzar un objetivo ambicioso.
Tocar la piedra implica, como vimos antes, no perder el rumbo fijado y PERSEVERAR para culminar. Por supuesto el paseante también tiene sus momentos de duda y reflexión, pero no cesa su actividad por ello y quienes le ven reconocen en él a alguien decidido, que sabe dónde va; siempre apetece pasear con aquel que tiene esa claridad de rumbo.

El papel lo aguanta todo, la playa no. Tendríamos que trabajar sobre planes estratégicos dando paseos por la playa. Sería probablemente más inspirador y sin ninguna duda más coherente y eficaz.

Por Alfonso de Sancristóbal/ Executive Coach

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